Xiomara* creció en una aldea rural en Honduras, cerca a la frontera con El Salvador. Cuando era una niña, soñaba con ser profesora, pero sus padres no tenían dinero suficiente para que ella o sus hermanos pudieran avanzar sus estudios más allá del sexto grado. Aun así, Xiomara perseveró. Empezó a trabajar para una de sus antiguas maestras y, eventualmente, logró regresar a la escuela. Xiomara completó el octavo grado, el nivel más alto de cualquier persona en su familia. Después conocería al hombre que se convertiría en el padre de sus hijos, y se vio forzada a dejar sus estudios.
Cuando Xiomara estaba esperando su segundo hijo, su pareja se fue a trabajar a la ciudad de San Pedro Sula. Por unos meses, el enviaba dinero a casa para Xiomara y sus hijos, pero después de un tiempo ella dejó de saber de él. Es como si hubiera desaparecido. Sin los ingresos de su pareja, Xiomara tuvo que buscar un trabajo por fuera del hogar. Esto no era algo común para las mujeres en su comunidad, pero ella estaba decidida a sacar a sus hijos adelante.
Xiomara encontró trabajo lavando ropa en la ciudad grande más cercana, la cual quedaba a una hora de distancia a pie. El camino era peligroso, con pasajes angostos y montañosos por los cuales las mujeres nunca transitaban solas. Aun así, Xiomara lo recorría casi todos los días de la semana, aun cuando usualmente no veía a ninguna persona en el camino.
Pero una mañana dos hombres se cruzaron en el camino de Xiomara y la detuvieron. Aunque sus caras estaban cubiertas, por los tatuajes que llevaban Xiomara se dio cuenta que pertenecían a una peligrosa pandilla. Intentó huir, pero los hombres la alcanzaron y la violaron.
Después de atacarla brutalmente, los hombres le advirtieron, “No le cuentes a tu hermano lo que pasó.” Xiomara sabía que se referían a su hermano Wilmer*, que trabajaba para el gobierno de Honduras ayudando al partido político del gobierno a proporcionar asistencia humanitaria en áreas rurales.
Los pandilleros también le ordenaron a Xiomara que no reportara el ataque a la policía. “Que ni se te ocurra,” le dijeron. “Sabemos que tienes dos hijos.”
Xiomara logró llegar a casa, traumatizada pero viva. A los pocos días, empezó a recibir amenazas escritas de la pandilla, recordándole que no debía acudir a la policía y realizando amenazas en su contra, y en contra de sus hijos y padres. Sabían los detalles de su familia. A veces veía a los pandilleros patrullando su vecindario.
Xiomara vivía con miedo. La pandilla era poderosa y tenía redes que operaban por todo el país. Aun si dejaba a su familia y su aldea, sabía que ellos podrían encontrarla. No había donde esconderse.
La pandilla aterrorizó a la familia de Xiomara por meses. Eventualmente, se dio cuenta que Honduras nunca sería un lugar seguro para ella y que tendría que irse. Xiomara decidió llevarse a sus hijos y huir hacia el norte. Llegaron a Estados Unidos en 2016. La pandilla continuó amenazando a la familia de Xiomara aun después de que ella había partido. Temiendo por su seguridad, e inspirados por la valentía de Xiomara, algunos de sus hermanos también decidieron arriesgarse y hacer el mismo arduo viaje hacia el norte.
Recientemente, Xiomara ganó su caso y ella y sus hijos, que ahora tienen 8 y 10 años, recibieron asilo. Ahora viven en el Área de la Bahía, donde Xiomara tiene un buen trabajo en un restaurante. Sus hermanos también encontraron seguridad en este país. Desde que se le concedió asilo, la prioridad para Xiomara es su familia. Quiere asegurarse que a sus hijos les vaya bien en la escuela y que tengan acceso a un futuro libre de miedo y violencia.
*Los nombres fueron cambiados para proteger el anonimato de las partes. La fotografía no coincide con el retrato de Xiomara.
Fotografia por: Mario Tama/Getty Images