Author: bkrong

Si me hubiera quedado en El Salvador estaría muerta

Durante años, Lupita soportó brutales abusos físicos, sexuales y emocionales por parte de su esposo en El Salvador. El esposo de Lupita la trataba como si fuera su propiedad y era increíblemente controlador. Ella trató de dejarlo en múltiples ocasiones. Pero en cada una de ellas, su esposo la acosaba y hostigaba incesantemente, y la obligaba a volver con él. En El Salvador, la violencia doméstica se perpetra en gran medida con impunidad, y los recursos para mujeres como Lupita son escasos.

Mientras que su esposo siempre esperó que Lupita le fuera fiel, él la engañaba abiertamente. Como resultado de su infidelidad, se infectó con el VIH, el cual luego transmitió a Lupita. El tratamiento médico para personas con VIH positivo en El Salvador es deficiente en el mejor de los casos, y el VIH de Lupita avanzó hasta convertirse en SIDA. Hubo momentos en los que estuvo gravemente enferma.

Lupita solicitó asilo con la esperanza de poder comenzar su vida nuevamente en Estados Unidos, libre del abuso de su esposo. Tomó la decisión increíblemente difícil de dejar a sus hijas, sus nietas y su trabajo, sabiendo que si se quedaba en El Salvador, su vida correría peligro. Afortunadamente, la solicitud de asilo de Lupita fue otorgada, y ahora vive segura en San Francisco. Desde que se le concedió asilo, Lupita ha podido acceder a una buena atención médica y ahora vive una vida plena. Una activista de corazón, Lupita se ha sumergido en varios grupos comunitarios dedicados a promover los derechos de las mujeres trans y las personas que viven con VIH.

Fotografía por: Brooke Anderson

Sobrevivió un abuso extremo. Jeff Sessions intervino personalmente para enviarla de regreso a su pais.

La Sra. A.B. nació en El Salvador en la década de 1970. Perdió a sus padres a una edad temprana y, posteriormente, la separaron de sus hermanos y la pusieron al cuidado de una amiga de la familia que abusó física y verbalmente de ella. Cuando tenía 20 años, la Sra. A.B. conoció al hombre que se convertiría en su esposo. Después de casarse, comenzó el abuso.

Durante los 15 años que siguieron, el esposo de la Sra. A.B. la sometió a una terrible violencia física, sexual y emocional. La golpeó y violó tantas veces que ella perdió la cuenta. También amenazaba con matarla a menudo, con frecuencia blandiendo una pistola cargada o un cuchillo. El esposo de la Sra. A.B. fue violento incluso durante sus embarazos, en una ocasión llegó a amenazarla con colgarla del techo de su casa con una soga.

Cuando se conocieron, la Sra. A.B. estaba estudiando, pero su esposo la obligó a interrumpir sus estudios. La menospreciaba y degradaba verbalmente de manera constante. A menudo, el esposo de la Sra. A.B. también la acusaba falsamente de serle infiel; incluso llegó a ordenarle que se desvistiera y le mostrara sus genitales para que él pudiera ver si ella había estado con otro hombre.

La relación de la Sra. A.B. con su esposo se caracterizó por la brutalidad constante, y a menudo ella temía por su vida. En repetidas ocasiones buscó protección de las autoridades salvadoreñas, pero fue en vano. Aunque pudo obtener dos órdenes de restricción contra su esposo, no se hicieron cumplir por completo, y él continuó abusándola y amenazándola. Después de un incidente particularmente aterrador en el que su esposo la atacó con un cuchillo grande, la Sra. A.B. acudió a la policía, pero se negaron a ayudarla y en vez le dijeron “Si tiene algo de dignidad, se irá de aquí”.

La Sra. A.B. acudió a la policía, pero se negaron a ayudarla y en vez le dijeron “Si tiene algo de dignidad, se irá de aquí”.

Siguiendo sus consejos, dejó a su esposo y se mudó a un pueblo que estaba a dos horas de donde vivían juntos. Aún así, él logró encontrarla allí y el abuso continuó. La Sra. A.B. luego buscó divorciarse, lo que dio como resultado mayores amenazas en contra de su vida. Un mes después de que finalizara el divorcio, su exesposo, acompañado por su hermano oficial de policía, la abordó y le dijo que el divorcio no significaba nada y que su vida estaba en peligro. Después de este incidente, el exesposo de la Sra. A.B. y los hombres con los que se relacionaba continuaron amenazándola y describiendo con detalles gráficos cómo pensaban matarla.

Una semana antes de abandonar el país, su exesposo la rastreó nuevamente y la agredió físicamente. Sin un lugar a donde recurrir, la Sra. A.B. huyó de El Salvador para buscar protección en Estados Unidos.

A su llegada a Estados Unidos, la Sra. A.B. fue evaluada y se le permitió solicitar asilo después de que un oficial de asilo concluyera que tenía un temor creíble de ser perseguida en El Salvador debido a la violencia que había sufrido por parte de su exesposo. El caso de la Sra. A.B. se envió a la Corte de Inmigración de Charlotte, una de las cortes más notoriamente hostiles hacia los solicitantes de asilo. Allí fue asignado a V. Stuart Couch, un juez de inmigración con un largo historial de negación de asilo a sobrevivientes de violencia doméstica, y revocación de sus decisiones en apelación. Como era de esperar, el juez Couch negó la solicitud de asilo de la Sra. A.B.

La Sra. A.B. apeló la decisión del juez Couch, y su caso fue escuchado por la Junta de Apelaciones de Inmigración, la corte de apelación con jurisdicción nacional en casos de inmigración. La Junta revirtió la decisión del juez Couch; al concluir que la Sra. A.B. era elegible para recibir protección debido a sus experiencias de violencia doméstica, y envió su caso a la corte en Charlotte para que se le otorgara asilo a la Sra. A.B.

En una desviación de la práctica habitual, el juez Couch se negó a emitir una nueva decisión en el caso. En cambio, intentó enviar el caso de nuevo a la Junta. Siete meses después, el fiscal general Jeff Sessions aprovechó un poder que rara vez se utiliza para remitirse el caso a sí mismo y así tomar una decisión.

El 11 de junio de 2018, Sessions emitió una decisión profundamente decepcionante en el caso de la Sra. A.B., en la que revirtió la decisión de la Junta. Al pronunciarse en contra de la Sra. A.B., Sessions revocó un precedente nacional como Asunto de A-R-C-G-, que en 2014 afirmó el derecho de las sobrevivientes de violencia doméstica a buscar protección de asilo. En su decisión, Sessions hizo la preocupante declaración de que las solicitudes de asilo “relacionadas con violencia doméstica” deberían no ser aprobadas “de manera general”.

“No entienden que estamos huyendo por nuestras vidas”.

La decisión del fiscal general desestimó por completo la amplia evidencia, de más de 700 páginas, que la Sra. A.B. presentó para corroborar su solicitud de asilo. En cambio, Sessions insistió en cuestionar la honestidad de la Sra. A.B. De manera consistente con sus previos ataques contra los solicitantes de asilo, Sessions la caracterizó como una migrante económica que abusa del sistema de asilo. Su trato a la Sra. A.B. sugiere que nunca tuvo la intención de considerar su solicitud de asilo de manera justa.

La decisión de Sessions no es la última palabra en el caso de la Sra. A.B. Su equipo legal continúa luchando por ella y está decidido a ganarle la protección que merece. Pero la Sra. A.B. pensó que su odisea para encontrar protección había terminado cuando la Junta falló a su favor. En cambio, la batalla legal continúa y ella permanece en el limbo, sin saber qué le deparará su futuro. La Sra. A.B. también permanece separada de sus tres hijos en El Salvador, puesto que mientras su caso esté pendiente, no podrá solicitar que se unan a ella en Estados Unidos.

La Sra. A.B. está dolida y confundida por la decisión del fiscal general en su caso y por su rechazo a creer su historia. Luego de enterarse de su decisión, ella dijo: “Creo que los jueces de inmigración tienen algo en contra de los inmigrantes. Ellos generalizan sobre los inmigrantes y piensan que vienen a trabajar. No entienden que estamos huyendo por nuestras vidas”.

Fotografía por: Kevin D. Liles, NPR

Debemos seguir luchando por las mujeres que aun anhelan ser libres

Por Fauziya Kassindja

Yo era la hija más joven de mi familia. Durante mi juventud en Togo, África occidental, nuestros padres siempre nos alentaban a mis hermanas y mi a que tomáramos nuestras propias decisiones. Todas asistíamos a la escuela para aprender inglés y ayudar con el negocio de mi padre, lo cual no era común en nuestra área.

Cuando tenía 16 años todo cambió. Mi padre murió y mi tía se mudó a nuestra casa, forzando a mi madre a irse. Mi tía no me permitió continuar asistiendo a la escuela. Pronto después, un hombre empezó a visitar nuestro hogar. Mi tía me dijo que él tenía 45 años y que quería casarse conmigo. Cuando protesté, ella me dijo que no me preocupara, que mi amor hacia él iba a crecer después de que me sometiera a kakiya, o ablación genital.

Me horroricé.

Ya había perdido mis padres y mi educación. Ahora, podía perder mi libertad por completo. No sabía qué hacer, pero sabía que no podía casarme con este hombre y someterme a kakiya. Cuando finalmente me forzaron a pasar por la ceremonia de matrimonio, no quise firmar el certificado del matrimonio. Yo solo era una adolescente, pero sabía lo que esto significaría para mi vida.

Mi hermana mayor estaba determinada a ayudar. Ella me consolaba y me decía que no llorara, que ella se iba a asegurar que yo nunca experimentara kakiya. Con la ayuda de mi madre y mi hermana, escapé a Ghana en medio de la noche. Después de un largo viaje, llegué al aeropuerto de Newark en diciembre de 1994. Tenía 17 años y estaba sola. Tan pronto como bajé del avión le dije a los oficiales que estaba buscando asilo. Me metieron en una prisión inmediatamente. No podía entender por qué. No había hecho nada malo.

Tan pronto como bajé del avión le dije a los oficiales que estaba buscando asilo. Me metieron en una prisión inmediatamente. No podía entender por qué. No había hecho nada malo.

Pasé el siguiente año y medio en detención de inmigración. Fue aterrorizante. Fui agredida sexualmente, me realizaron una inspección corporal desnuda frente a guardias masculinos, y no recibí atención médica para una condición que generó como resultado de las condiciones malas donde me tenían detenida. Casi me doy por vencida y regreso a casa. Sin embargo, una de las mujeres que conocí en la cárcel, Cecelia, me convenció de que me quedara. Cecelia había experimentado la ablación genital ella misma y me quería proteger del mismo destino. Ella llegó a ser como una madre para mi.

Al final, conocí a un equipo de abogadas liderado por Karen Musalo, quien ahora es la directora del Centro de Estudios para el Género y Refugiados. Karen estaba decidida a liberarme de la detención, y decidió que la atención de los medios de comunicación iba a ser esencial para presionar a la administración de Clinton para que me dejaran salir.

Al principio, yo estaba indecisa. Ya había dado muchas entrevistas y todavía estaba detenida. Hasta una petición firmada por 25 miembros del Congreso no logró liberarme. Pero decidí hablar con un periodista de The New York Times.

Para mi sorpresa, la entrevista apareció en la primera plana del periódico, y dentro de tan solo dos semanas ya estaba libre. Cuando salí del centro de detención me recibió una multitud de periodistas ansiosos por saber de mi y de mi historia.

Menos de dos meses después, la Junta de Apelaciones de Inmigración (Board of Immigration Appeals) me otorgó asilo. Fue la primera decisión que estableció el precedente que las mujeres que huyen de violencia de género – como kakiya – pueden ser elegibles para la protección de refugiados en los Estados Unidos. Fue un juicio pionero. Tengo entendido que la decisión en mi caso abrió las puertas para muchas otras mujeres y niñas como yo.

Ahora, 23 años después, comparto mi historia para que otras no tengan que sufrir el temor y aislamiento que yo viví. Mi experiencia muestra la crueldad de la detención de los que buscan asilo y la importancia de tener buena representación legal. Además, muestra la gran diferencia que hace cuando los medios y el público prestan atención a la manera en que somos tratados.

Para los que no tenemos otra opción más que huir de nuestros países, el asilo puede ser la diferencia entre la vida y la muerte.

Después de ganar mi caso pude terminar el colegio, graduarme de la universidad, y convertirme en una ciudadana estadounidense. Ahora comparto mi tiempo entre Nueva York y Ghana, donde manejo un negocio prospero de distribución de bebidas. También soy la madre orgullosa de hijos trillizos, quienes recientemente empezaron el primer año de la universidad. Todo esto se hizo posible porque recibí asilo y tuve la oportunidad de empezar una vida nueva, libre de violencia.

Ahora, más de dos décadas después, las protecciones para las mujeres y niñas que huyen de persecución basada en el género, en particular de la violencia domestica, están bajo ataque. A menudo me pregunto qué habría pasado con mi caso si hubiera llegado aquí 20 años después. Si fuera hoy, ¿me permitirían vivir a salvo, o me enviarían de regreso?

Es muy importante que siga abierto el camino de protección que mi caso estableció para todas las mujeres y niñas que llegan a los Estados Unidos con la esperanza de escapar de la violencia basada en el género. Para los que no tenemos otra opción más que huir de nuestros países, el asilo puede ser la diferencia entre la vida y la muerte. Y por eso todas las que tenemos la suerte de vivir a salvo debemos seguir luchando por las mujeres que aun anhelan ser libres.

Fotografía por: Jim Block